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MERCADO DEL LIBRO ANTIGUO

 

LIBRERÍAS ANTICUARIAS

 

LAS SUBASTAS DE LIBROS

 

FERIAS Y SALONES DE LIBROS ANTIGUOS

 

OTROS MEDIOS DE ADQUISICIÓN

 

 

LIBRERÍAS ANTICUARIAS

La fuente habitual y mayoritaria de suministro para el bibliófilo son los libreros. Francisco Mendoza recoge las citas que siguen. De ellos afirma Connolly: “La bibliofilia […] nos pone en contacto con los libreros, que son una raza aparte y una de las compañías más agradables (como corresponde a gente en la que lo ideal y lo práctico están tan encantadoramente mezclados”. Salvá recuerda la siguiente copla: “Dios te guarde, libro mío, / de las manos de un librero, / pues cuando te está alabando / es cuando te está vendiendo”. Para Francisco BeltránLa figura del librero “de viejo” tiene algo de trágico y de insensible, como la misma muerte. Sombrío liquidador de la desgracia, en su tienda caen, al soplo de la miseria, las pilas de tomos que se derrumbaron al derrumbarse la fortuna o la vida de sus propietarios”.

Pero no todos los libreros son iguales, hay muy diversos tipos de profesionales que comercian con el libro antiguo o raro. Lo que suele ser común es la discreción, la confidencialidad, una sólida formación en todas las facetas del mundo del libro, don de gentes, etc. Hoy en día resulta inconcebible un librero analfabeto, pero los ha habido que ponían en sus catálogos Cumgratia (Con gracia) y Excudebat (Imprimía) como lugares de impresión; o quien llama pliegos de corcel a los romances de ciego, o aquel al que al preguntarle por libros culinarios respondió indignado “Nosotros no vendemos esas porquerías”.

 

Lacroix distinguía tres clases de libreros: a la moderna, a la antigua y avaros. Los primeros son jóvenes, limpios, tienen buena mercancía y ganan dinero. Los chapados a la antigua son solteros, sucios, glotones… (pero le caen mejor que los modernos). En cuanto al librero avaro, lo considera “enemigo de la raza bibliófila”.

En una escala de libreros, el peldaño inferior lo ocupa el trapero o chamarilero, quien compra el género a peso o en un conjunto, y lo vende a como puede. Es difícil que en sus tiendas se encuentre algo de interés para el bibliófilo, aunque Asselineau cuenta varios descubrimientos (en el siglo XIX) realizados por bouquinistes de los quais de París, entre ellos Le pastissier françois de 1655, el más raro de todos los elzevirios.

librería

A veces tienen libros de cierto interés los libreros que comercializan restos de edición, libros nuevos que no se han vendido y que la editorial liquida a bajo precio.

Hay establecimientos de compraventa libros usados. Allí se puede encontrar algo de interés dependiendo de la suerte y de la habilidad para buscar. No encontraremos allí un incunable, pero puede ser que sí algún buen libro del XIX.

 

Dentro de los libreros de gama alta existen también diversos tipos. El segmento más bajo, tiene mercancía de diversas procedencias: traperos, restos de edición, compras de bibliotecas completas… Los de más postín solo adquieren ejemplares o lotes selectos, conocen los nidos, saben aprovechar los cambios de interés, de especialidad o de fortuna de los coleccionistas, y dominan el arte de comprar, vender y cambiar. Son capaces de calibrar a simple vista la capacidad adquisitiva y formación bibliográfica de los compradores, y tienen una gran memoria.  Suelen comprar a la aristocracia y vender a la alta burguesía. Además necesitan un importante capital inicial, mucha experiencia, una buena formación cultural y manejo de la informática.

Otra forma de clasificación de los libreros son la edad y la profesionalidad. Los mejores libreros anticuarios suelen tener más de cincuenta años, y lo normal es que sean hijos o nietos de libreros. En este oficio se nota rápidamente la inexperiencia

Una curiosidad es cómo marcan los libreros los precios de los libros raros. En otro tipo de libros, el librero simplemente añade un porcentaje al precio de compra y lo pone a la venta. En el caso de antigüedades no es así. El librero compra el libro, consulta las fuentes oportunas y marca entonces el precio de venta (sin relación con el de compra). En bastantes librerías el precio de cada volumen está marcado a lápiz junto a la fecha de la compra, lo que le permite ir actualizando el precio. Otros libreros utilizan un código personal (muchas veces con los números transpuestos a letras), lo que les permite adaptar el precio a las diversas circunstancias. Normalmente el precio que se pida estará en función del aspecto del comprador, de la personalidad del cliente, de lo que el librero intuya sobre los medios disponibles y sus ganas de poseer el ejemplar. Como dice un librero: “El precio de un libro depende del temblor que recorre las manos del cliente que lo consulta”.

José Luis Checa establece nueve principios prácticos que pueden tenerse en cuenta a la hora de comprar libros antiguos, algunos de los cuales (según Francisco Mendoza) son los siguientes:

2) Una copia barata mediocre es probablemente más cara que otra por la que se pide más dinero pero que es un ejemplar sobresaliente de la misma edición.

4) No es razonable esperar que un librero que ha encontrado una ganga renuncie a su ganancia simplemente porque el cliente conoce el precio que pagó.

6) Las gangas espectaculares y verdaderas son muy raras. El coleccionista no debe contar con ellas o esperarlas. Las mejores compras se deben a un conocimiento previo, raras veces a la suerte.

7) El coleccionista no debe regatear el precio de un libro cuando le interesa mucho.

8) El bibliófilo no debe comprar un libro pensando en venderlo al día siguiente, o al cabo de un mes, a un precio superior al que ha pagado. El comprador que considera un libro primariamente como un objeto de inversión o especulación, no es un verdadero coleccionista.

9) El coleccionista no debe rehuir pagar un precio elevado si el libro es raro e importante para él. Nunca se sabe cuándo, a qué precio y dónde encontrará otro igual.

 

Libreros de antaño

Para un bibliófilo una de las lecturas más fascinantes en la de una buenas memorias de un libreo anticuario, aunque están no suelan estar muy bien escritas ni sean demasiado amenas. Aunque suelen ser bastante selectivas, son una fuente insustituible.

Van a continuación algunos apuntes sobre las memorias de algunos libreros anticuarios españoles.

Salvá no publicó sus memorias, pero nos legó el Catalogo de su biblioteca, que estuvo en la valenciana calle de la Nave, número 9. Dionisio Hidalgo (1809-1866) escribió un Diccionario General de Bibliografía española en 7 volúmenes. Mariano Murillo publicó desde 1873 un Boletín de la Librería Española, que llegó hasta 1909.

librerias

Pedro Vindel Álvarez (1865-1921) no publicó tampoco memorias, pero fue escribiendo y dictando un Registrum pecatorum que luego publicó su hijo. Llegó a ser el más importante librero español de su época, sobre todo a partir de 1893, cuando le tocó la lotería y compró 250 ejemplares en la subasta de Heredia. Publicó también un folleto de Desiderata y una Bibliografía Gráfica.

Francisco Vindel (¿?-1960), hijo del anterior, fue también librero anticuario, como sus hermanos Pedro y Victoria. Publicó el Catálogo de una colección de cien obras procedentes de la Biblioteca del Excmo. Sr.  Marqués de Laurecín. En 1934 dejó el comercio de libros para ejercer de bibliófilo.

El librero Francisco Beltrán (1870-1935) publicó varias obras y reunió una importante colección de libros y folletos sobre Bibliografía y materias conexas.

Melchor García se inició en el comercio de libros a finales del XIX de la mano de Chanela. Su tienda estaba en la calle de San Bernardo, número 26.

Eugenio García Rico (¿?-1941) fue sucedido por su dependiente y después yerno Manuel Ontañón Cano. El primero publicó el gran catálogo Biblioteca Hispánica (23280 números).

Gabriel Molina Navarro (1863-1926) se quedó con el establecimiento de Bernardo Rico (¿?-1895), en la Travesía del Arenal, y le nombraron librero de la Sociedad de Bibliófilos Españoles en 1906. A su muerte, dirigieron la librería (que aún pertenece a sus descendientes) Julián Barbazán y Luis Bardón López, que luego se establecieron por su cuenta.

Julián Barbazán  (1897-1969) abrió local en 1933 en la calle de los Libreros, ayudado por el librero Estanislao Rodríguez, y dejó unas interesantes memorias. Llegó a ser uno de los libreros más competentes de España.

Luis Bardón López (1908-1964) se estableció en 1947 en la plaza de San Martín y publicó interesantes catálogos. Desde hace bastantes años lleva la librería su hijo Luis Bardón Mesa (1933-), que ha seguido publicando buenos catálogos y ha introducido en el negocio a alguna de sus hijas (Bardón Iglesias). Otras dinastías de libreros son los Porrúa (representada hoy por Ingacio) y los Blázquez, fundada por Leandro y continuada por Carmelo y sus hermanos, y sus hijos.

Además de bibliófilo, fue librero Roque Pidal de Quirós, que publicó el catálogo Venta de una Biblioteca particular y otros, en su librería Vetusta.

Ha habido y hay buenas librerías anticuarias en Valencia, Oviedo, Málaga (Antonio Mateos), y en Almería, donde funcionó la magnífica librería Granata del difunto Antonio Moreno Martín.

En Cataluña recordamos a Jaime Andreu. Con él empezó Salvador Babra (1874-1930), cuya librería estaba en la calle Canuda. Con Babra estuvo asociado Juan Bautista Batlle y Martínez (1869-1939), que colaboró con el librero Bartolomé Gual, quien compró los restos de la librería Piferrer, fundada a finales del XVII. José Porter fue también un buen librero, bibliógrafo y editor. Actualmente, la mejor librería barcelonesa es Delstre´s.

Antonio Palau y Dulcet (1867-1954) fue uno de los libreros más competentes y honrados que ha habido en España. Publicó su útil Manual, y publicó en 1935 una memorias. Son también interesantes sus Memorias de libreros

 

Los catálogos de librero

Desde la época incunable, los libreros han publicado listas o catálogos de las obras que editaban o vendían, con fines publicitarios, y Rodríguez-Moñino estudió la Historia de los catálogos de librería españoles (1661-1840).

Aseguraba Connolly que la lectura de los catálogos de librería era una de sus “lecturas favoritas, solo superada por una buena bibliografía”. También le gustaban a Azorín, quien escribe: “Quien ame apasionadamente los libros encontrará en un catálogo, a cada paso, motivos de sorpresa, de asombro, de codicia, de pasmo y de admiración. Este libro que se anuncia en el catálogo que tenemos entre las manos, ¿es realmente la edición que codiciamos? De tal obra existe una edición fraudulenta; hay también una edición del mismo año que la que nosotros ansiamos; pero con una variante de importancia. Además, en esta edición anunciada, ¿estará el retrato del autor y la tasa y la fe de erratas que en algunos ejemplares se han suprimido?”.

Para empezar a recibir tales catálogos, lo mejor es solicitarlos a las librerías que puedan interesarnos, cuyas direcciones tomaremos de Murillo Ramos o del más actual Portal del libro antiguo en castellano, de José Grau.

Los catálogos están en consonancia con cada tipo de librería: los hay muy sucintos y los hay lujosos, con bellas ilustraciones y pormenorizadas descripciones. Estos constituyen útiles herramientas bibliográficas, como los rarísimos 36 volúmenes del Boletín del librero Murillo, los de Vindel, Barbazán, Bardón, Porrúa, Granata, Delstre´e, etc…

Un problema es que los redactores de catálogos de librería no siempre son competentes, objetivos, escrupulosos y veraces: los hay también chapuceros, interesados, de manga ancha o mendaces. Los catálogos de ciertos libreros son terreno minado donde  hay que transitar con pies de plomo.

También hay que tener cuidado cuando en un catálogo aparecen términos como restauración o restaurado: pueden significar cualquier cosa, y ninguna buena. Lo mismo sucede con remontado, remarginado, polilla marginal, algo corto (o justo) del margen superior, ligeramente rozado, deslucido, un poco mareado… la apreciación sobre un libro es siempre subjetiva, y el librero tenderá a verlo con buenos ojos, así que hay que estar preparado para todo.

No siempre se indica con claridad que un volumen está mútilo. A veces incluso se intenta vender la obra como “más rara e interesante”. O cuando se indica “184 (de 188) f.”, debería indicarse más claramente que le faltan cuatro folios y cuales son. O como el “mq” (manque, falta) de los libreros franceses.

Otro problema es que un bibliófilo no puede hacerse una idea exacta des estado de un libro solo por el catálogo, por lo que sería importante poder tener el libro a prueba durante un tiempo.

Son modélicas las condiciones de venta de la librería murciana La Candela:

- Los defectos de los libros son detallados con precisión, por lo que si no se especifica su estado quiere decir que éste es bueno o muy bueno.

- Los gastos de envío e IVA se encuentran incluidos en el precio, salvo indicación de lo contrario.

- Los pagos se efectúan por transferencia bancaria una vez se ha recibido el pedido u muestre su conformidad al mismo.

 

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LAS SUBASTAS DE LIBROS

La venta de libros en subastas tiene su origen en la Holanda del siglo XVII, de donde pasó a Francia, Alemania, Inglaterra y España. La primera casa de subastas del mundo fue fundada por James Christie en Londres en 1766. En el siglo XIX las casas de subastas recibieron un fuerte impulso, y su auge ha continuado en el XX. Las importantes tienen un aura de glamour, pero hay que tener cuidado ya que se trata de un mundo que se presta a determinados manejos ilegales. Por ejemplo, las dos mayores casas de subastas del mundo, Chistie´s y Sotheby´s, se pusieron de acuerdo en secreto para no cobrar comisiones a sus mejores clientes.

Image:Christie's Auction Room Microcosm edited.jpg

Christie´s

En las subastas comprar bibliotecas institucionales, coleccionistas particulares y libreros. Estos y los bibliófilos utilizan también las subastas para vender.

Algunos libreros venden parte de sus fondos en subasta. En 2002 3 subastas de Madrid y 2 de Barcelona estaban controladas por libreros, lo cual distorsiona el mercado, pues subastadores y libreros venden libros, pero no de la misma manera.

  

El precio de salida no es fiable, pues depende mucho del cedente y de las costumbres de la casa. Algunas fijan salidas muy altas, con lo que se aseguran no desprenderse de nada por debajo de su valor, y otras parten de salidas muy bajas, que en el transcurso de la subasta van subiendo hasta donde decide el mercado. También existen adjudicaciones ficticias, donde el cedente establece un precio de reserva, por debajo del cual no quiere vender; si nadie lo supera se dice que está cubierta para evitar el descrédito, aunque a los pocos meses volverá a aparecer en subasta con un precio sensiblemente rebajado.

El resultado de una subasta suele ser imprevisible, por lo que solo los remates de la subasta resultaran indicativos del precio del mercado cuando coinciden 3 o 4 en fechas próximas.

 

Los catálogos de subastas

Ciertos catálogos están muy bien redactados y constituyen valiosas herramientas bibliográficas, pero por lo común suelen describir a la ligera. Muchos de los ejemplares que salen a subasta pueden tener grandes defectos, ya que solo los ejemplares más caros han sido colacionados, por lo que se exponen una semana antes de la subasta para poder ser examinados.

El subastador suele acogerse a la norma de que los libros se subasta con sus defectos incluidos, lo que abarca también a los errores de catalogación. Pero estos errores son muchas veces deliberados. Otras veces es el cedente el que actúa de mala fe.

Sin embargo, a veces, la impericia del catalogador puede favorecer al bibliófilo avezado, que quizás identifique una pieza interesante bajo la defectuosa descripción del catálogo.

 

Internet y la subastas ON-LINE

Muchos libreros cuelgan sus catálogos en Internet, de manera individual o conjunta, en portales como Iberlibro o Abebooks.

Abebooks     

Además Internet ofrece grandes ventajas en el campo de las subastas virtuales. Esta modalidad toma cada vez más auge y presenta un gran futuro. El portal más conocido, Ebay.com, tiene una oferta permanente de más de 10000 referencias cada día y cobra al vendedor no más de 5 dolares por cada libro anunciado, sin límite para incluir toda la información escrita o gráfica sobre el lote. El comprador no paga comisión. Además, hay total transparencia en la información.

También tiene sus fallos, pues el comprador no ha podido reconocer minuciosamente el ejemplar. Además, el tiempo en la subasta está limitado, por lo que el internauta ágil que logra “clavar” la oferta en los últimos segundos antes de la hora de cierre (las 4 o las 5 de la madrugada paralos lotes provenientes del mercado americano) se lleva el ejemplar.

 

LAS FERIAS Y SALONES DEL LIBRO ANTIGUO

Azorín recuerda la Feria situada en la Cuesta de Moyano o los cajones de la riveras del Sena donde los bouquinistes ofrecen su mercancía.

La Cuesta de Moyano

Aparte de las ferias permanentes, hay otras periódicas como la de El rastro madrileño y el barcelonés Mercado de San Antonio.  También se celebran ferias temporales de libros antiguos y de ocasión en ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia, etc.  La de Madrid la organiza LIBRIS y la de Barcelona AILA. Hay que decir que el bibliófilo suele terminar un poco frustrado el recorrido por las casetas, pues muchas de ellas solo ofrecen restos de edición y la calidad de lo expuesto es mediocre.

Los libreros anticuarios de más postín suele organizar anualmente un Salón del Libro Antiguo en el hotel madrileño Victoria.

 

OTROS MEDIOS DE ADQUISICIÓN

Los hallazgos

Los objetos de colección podemos adquirirlos por compra, por trueque, por regalo, mediante la caza, por hurto o por hallazgo.

Los hallazgos de libros se producen de tarde en tarde, y suelen ser casuales, por lo que los descubridores no suelen ser bibliófilos.

Uno de los descubrimientos más importantes fue el de los rollos del Mar Muerto, a partir de finales de 1946. Las circunstancias eran muy  adversas y los materiales, extremadamente frágiles, fueron muy mal tratados. El resultado es que hoy muchos de esos materiales se encuentran muy fragmentados y en pésimo estado de conservación, dispersos y no publicados en su totalidad.

 

En España, se dio el caso del Processionarium fratum praedicatorum impreso en Sevilla en 1494, del que se fueron guardando en un arcón los ejemplares que se iban deteriorando por el uso, de forma que en 1912 apareció un centenar de ellos, algunos comercializados por Barbazán y otros por Pedro Vindel. Este encontró también, en una tapa de encuadernación, el rótulo de Martín Códax, de comienzos del siglo XIV. Más importantes fueron los fragmentos del Amadís manuscrito que Antonio Moreno García encontró al desmontar una encuadernación antigua.

En el pueblo de Barcarrota, en 1992, durante las obras de una casa antigua, apareció una interesante biblioteca compuesta por una decena de impresos y un manuscrito, entre los que estaban el Lazarillo de Medina del Campo (1554); La muy devota oración de la emparedada, edición gótica en portugués; el manuscrito con el diálogo erótico La Cazzaria (La Carajería), de Antonio Vignali y los Comentarios clarísimos sobre la Quiromancia de Cocles por Tricasso de Mantua.

 

Las tiendas de antigüedades, los rastros, etc.

Los rastros son el hábitat habitual de los rebuscadores. Antes podían aparecer libros raros en sitios insospechados, pero ahora solo se puede aspirar a que, en algún mercadillo o rastrillo de alguna capital de provincia, encontremos alguna primera edición barata de, por ejemplo, Valle-Inclán o Machado. En otros, como los de Madrid o Barcelona, la oferta resulta más variada.

 

Los regalos

El mejor regalo que se le puede hacer a un bibliófilo es, naturalmente, un buen libro. Como el caso del emperador bizantino que para ganarse las simpatías de Abderramán I, le envió un precioso manuscrito de Dioscórides.

Pero es difícil encontrar el ejemplar adecuado. Los amigos y familiares no suelen ser expertos en libros, por lo que lo más fácil es que te regalen ejemplares que tú no deseas. Además, los regalos no son siempre desinteresados, ya que se han regalado libros a cambio de buenas críticas o de favores políticos.

 

Los trueques

Es para algunos, como Francisco Mendoza, la manera más gratificante de conseguir un libro, aunque sea la más difícil. Primero hay que tener un ejemplar valioso que no nos interese demasiado, y a continuación hay que encontrar a alguien que le interese nuestro libro, y que esté dispuesto a darnos a cambio  algo de nuestro interés.

Lógicamente, son los libreros los que mejor pueden efectuar trueques por disponer normalmente de un surtido más numeroso y variado que un particular.

Rodríguez-Moñino decía que “en estas sutiles artes de las adquisiciones de volúmenes había que dominar la finísima de los cambios”.

 

 

 

     

    Actualizado el 25/11/2009          Eres el visitante número                ¡En serio! Eres el número         

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