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PRECEPTOS, CONSEJOS Y CRITERIOS

DE PRÁCTICA BIBLIOFÍLICA

 

 

LOS TREINTA PRECEPTOS

 

 

VEINTINUEVE CONSEJOS MÁS

 

 

OTRAS QUINCE INDICACIONES

MEXICANAS DEL SIGLO XVIII

 

 

CRITERIOS DE EVALUACIÓN

DE LOS LIBROS RAROS

 

 

CONSERVACIÓN Y RESTAURACIÓN

 

 

LOS TREINTA PRECEPTOS

 

Los tomamos de “La pasión por los libros” de Francisco Mendoza, que explica así su origen: “En 1909, Harold Klett publicó en The Library Journal de Nueva York un artículo titulado Don´t, en el que se contenían 30 preceptos (mejor dicho, prohibiciones) relacionadas con los libros. Al año siguiente apareció en Guayaquil una traducción anónima que sirvió de base a Xavier da Cunha para escribir A Biblia dos bibliophilos, donde se comentan con humor dichos preceptos. A su vez, Víctor Infantes ha glosado al glosador con singular gracejo en su librillo La Biblia de los bibliófilos. Reproduciré seguidamente los 30 preceptos sin apenas comentarios míos, intercalando algunos puntos del decálogo Cómo habla el libro al lector, de H.Maxon, y remitiendo a las tan provechosas como amenas glosas de Infantes, con las que sería vano intentar competir”.

 

  1. No leer en la cama.

“No me leas acostado con la cabeza sobre la almohada”, pide el libro según Maxon.

  1. No poner notas marginales, a menos que sea un Coleridge.

Ya estaba prohibido en el siglo XIV, e igualmente lo dice Maxon: “No hagas ninguna señal o anotación en mis páginas ni con la pluma ni con el lápiz. Escribe tus anotaciones en un cuaderno bien llevado”.

  1. No doblar las puntas de las hojas.

Igualmente vedado por Bury. Recomienda el libro, según Maxon: “No coloques nunca entre mis hojas un portaplumas, un lápiz ni otro objeto que sea más grueso que una hoja de papel. Si cuando suspendas la lectura temes no recordar la página, no pliegues la hoja ni dobles sus ángulos. Emplea como registro una cinta o una tira de papel, que son señales inofensivas”.

  1. No cortar con negligencia los libros nuevos.

Ya hemos comentado la importancia de la intonsura para el bibliófilo, y desde luego si se han de cortar ha de ser con todo cuidado, por ejemplo con un naipe.

  1. No garabatear vuestro interesante y precioso autógrafo en las páginas de título.

Ni en ninguna otra parte del libro, habría que añadir.

  1. No poner en un volumen de un peso, una encuadernación de cien pesos.

Según Pina Martins, “nunca el costo de la encuadernación deberá superar el tercio del valor venal de la obra”, y Muller opina que “el bibliófilo nunca debería gastar en la encuadernación más que en el propio libro”. El precepto no tiene en cuenta la importante diferencia entre valor y coste: yo he gastado – creo que justificadamente – en la restauración y encuadernación de un raro ejemplar treinta veces más que la irrisoria cantidad que pagué por el volumen.

  1. No mojar la punta de los dedos para dar más fácilmente vuelta a las hojas.

También lo prohíben Huarte y Maxon: “No humedezcas la yema de los dedos para volver mis hojas”.

  1. No leer comiendo.

Ni comer ni beber leyendo, pues el volumen corre serio peligro, como ya advirtió Bury y recuerda Huarte.

  1. No fiar los libros preciosos a malos encuadernadores.

Se entiende que menos todavía a malos restauradores.

  1. No dejar caer sobre el libro las cenizas del cigarro, y aún mejor no fumar leyendo. Esto perjudica la vista.

Al margen de la ironía, es obvio que igualmente puede perjudicar los libros, aunque también hay posibilidades de fetichismo: Alberti cuenta en La arboleda perdida que un raro ejemplar suyo de Rimbaud se convirtió en “aún más raro y valioso por las redondas quemaduras que los cigarrillos de Machado le abrieron en su cubierta color hoja de otoño”.

  1. No arrancar de los libros los grabados antiguos.

Tampoco los modernos: véase precepto 22.

  1. No colocar nuestros libros sobre el borde exterior o canal, como se hace frecuentemente cuando se lee y se interrumpe momentáneamente la lectura, en vez de tomarse el trabajo de cerrar el libro después de haber puesto una señal.

Dice maxon: “No me dejes abierto ni vuelto del revés, besando con mis páginas la mesa o pupitre”.

  1. No hacer secar hojas de plantas dentro de los libros.

Es una vieja práctica ya censurada por Bury.

  1. No tener los estantes de las bibliotecas encima de los picos de gas.

La recomendación ha quedado obsoleta, pero la luz – especialmente la solar – y el calor de los radiadores continúan siendo terribles enemigos de los libros, mayormente de las encuadernaciones.

  1. No sostener los libros sujetándolos por las tapas.

Dice el libro, según Maxon: “No me levantes en alto tomándome por alguna de mis tapas; y cuando me leas, no te apoyes en mí con los codos ni con los brazos”.

  1. No estornudar sobre las páginas.

Más completo es Maxon:”No tosas ni estornudes sobre mis páginas”. Ya Bury se espantaba con razón de que el “sucio moco” de algunos estudiantes sin seso cayera sobre la hoja de un códice.

  1. No arrancar las hojas de guarda de las tapas.

Tampoco las hojas de respeto, ni ningún otro elemento del libro, como ya prohibió Bury.

  1. No comprar libros sin valor.

Se recordará que esta es una de las torturas a las que se vio sometido el protagonista de El infierno del bibliófilo, de Asselineau.

  1. No limpiar los libros con trapos sucios.

El propio libro le pide higiene a Maxon: “No me toques sino con las manos limpias”.

  1. No tener los libros encerrados en arquillas, escritorios, cómodas, ni armarios: tienen necesidad de aire.

Hay algunas excepciones, como los grabados, mapas o folletos guardados en carpetas, cajas o similares, pero aun estos deben airearse con frecuencia.

  1. No encuadernar juntos dos libros diferentes.

Sin embargo, es preferible conservarlos así en el caso de que hayan llegado a nuestras manos con una buena encuadernación.

  1. EN NINGÚN CASO sacar las láminas y los mapas de los libros.

No debe hacerlo el librero, y menos aún el bibliófilo, por mucho que le apetezca enmarcarlos.

  1. No cortar los libros con horquillas para el cabello.

Ni con ningún otro utensilio que pueda perjudicar el volumen: véase precepto 4.

  1. No hacer encuadernar los libros en cuero de Rusia.

Los diversos comentaristas no aciertan a comprender este precepto.

  1. No emplear los libros para asegurar las sillas o mesas cojas.

Léase la variante de este uso de los libros relatada por Infantes.

  1. No arrojar los niños a los gatos, ni contra los niños.

Además, “a ningún niño llorón debe permitírsele que admire las miniaturas de las letras capitales, no sea que con las manos húmedas manche el pergamino; pues es seguida toca lo que ve”. [Bury]

  1. No romper los libros abriéndolos enteramente y por fuerza.

Hay que resistir la tentación de hacerlo con los que – por estar mal encuadernados – no se dejan leer cómodamente.

  1. No leer los libros encuadernados muy cerca del fuego o de la chimenea, ni en la hamaca, ni embarcado.

Utilícense en estos casos libros efímeros, de usar y tirar, encuadernados a la americana.

  1. No dejar que los libros tomen humedad.

Como sabemos, se trata del enemigo público número uno de los libros (por delante de la mujer). [Mendoza dixit]

  1. No olvidar estos consejos.

Ni los que siguen.

 

 

VEINTINUEVE CONSEJOS MÁS

Francisco Mendoza nos aporta estos, publicados como “Orientaciones para el bibliófilo inexperto” en “Introducción a la bibliofilia” (Valencia, Vicent García, 1995). Aquí los resumimos:

  1. La bibliofilia es pasión, no inversión. Hay que dejar el negocio para los libreros y subastadores.
  2. Solo se revalorizan las obras importantes, excepcionales, inevitablemente caras.
  3. Comprar el librerías y casas de subastas acreditadas, dirigidas por profesionales serios y competentes que conocen su oficio. Siempre es bueno saber hacer tratos, pero cuanto más lujosa sea la librería, menos indicado está el regateo: limitémonos a pedir una rebaja por ser clientes.
  4. Adaptar las aspiraciones bibliofílicas a cada bolsillo.
  5. El bibliófilo tiene que poseer una vasta cultura y manejar las principales lenguas cultas, especialmente el latín.
  6. Los libros de tema profano se cotizan más que los religiosos; los que están en castellano u otra lengua romance más que los latinos; los góticos a los impresos en romana o cursiva; y los que tienen grabados a los que carecen de ellos.
  7. Tener cuidado con los catálogos de libreros y subastadores, y siempre que se pueda, solicitar el libro para su examen, a prueba.
  8. Solo deben adquirirse libros faltos o defectuosos (o tomos sueltos) cuando sean muy raros y muy baratos. Antes de abonar un libro hay que repasarlo para comprobar que está completo y en buen estado. Repasemos todas las hojas al menos dos veces, una atendiendo a la foliación o paginación y otra a las signaturas.
  9. A veces un ejemplar parece completo y está mútilo: no siempre la palabras finis o el colofón significan que el libro ha terminado, pues a menudo sigue una tabla o índice.
  10. Las signaturas son muy útiles para detectar mutilaciones y errores de encuadernación, o si el ejemplar forma parte de una serie (eso es lo que ocurre, muy probablemente, cuando la signatura está en mayúsculas, o son letras dobles o triples). Pero a veces existen obras con dos o más partes, cada una de las cuales comienzan una serie de signaturas, por lo que alguien puede haber desgajado cada una y hacerlas independientes.
  11. Cuidado con la falta de frontis grabados o de preliminares: atención a los reclamos y, en su caso, a los registros. A veces, la parte más importante, la portada, falta y se ha sustituido perfectamente de forma facsímil. Hay que examinar la filigrana y contar el número de corondeles y puntizones de las hojas sospechosas y ver si coinciden con el resto.
  12. Siempre se deben documentar de la manera más completa los libros raros. Para ello están las bibliografías especializadas, aunque no las hay de todas las materias, lugares o épocas. Si no la hay, deberemos cotejar nuestro ejemplar con otros, normalmente en la Biblioteca Nacional.
  13. Se deben conservar las encuadernaciones antiguas salvo que se encuentren muy deterioradas y no se puedan restaurar o salga muy caro.  Atención a las hojas de guarda y al cartonaje de las encuadernaciones viejas, pues a veces deparan sorpresas.
  14. El bibliófilo no debe meterse a restaurador (salvo especial preparación), pues podría dañar los ejemplares de manera irreparable. Todo lo más debe hacerse una minuciosa revisión, alisamiento de esquinas dobladas, y limpieza mecánica superficial (retirada de cuerpos extraños, soplidos, y como mucho goma de borrar blanda y poco grasa como la Staedtler Mars Plastic nº 52.650.
  15. Si no queda más remedio que cambiar la encuadernación, esta debe respetar las características de la época, ser sencilla, duradera, conservar los márgenes y realizarse de modo que se facilite la lectura.
  16. Las mismas atenciones se tendrán para la encuadernación de libros modernos, sin olvidarse de entregar al artesano por escrito lo que debe poner en el tejuelo (no subrayado en la portada). Si va a encuadernar varios volúmenes de una serie, no lo haga hasta tenerlos todos, para que queden homogéneos.
  17. Si constituye un volumen facticio, que este sea coherente. Y si llega uno a sus manos, respételo aunque no lo sea.
  18. No deben colocarse los libros demasiado apretados, pues el roce al extraerlos daña las encuadernaciones. Tampoco debe sobrar espacio en la estantería para que no se deformen los ejemplares (utilice sujetalibros).
  19. No hay que mezclar en la estanterías infolios con libros en 4º o en 8º, ya que, aparte de desperdiciar espacio, la parte alta de los infolios tenderán a curvarse y la piel se decolorará en las zonas que queden al descubierto.
  20. Los buenos libros deberían conservarse en la oscuridad y a temperatura y humedad constantes. Como esto es imposible en viviendas particulares, hay que cuidar que por lo menos no les afecte la humedad ni el sol directo.
  21. Hay que intentar no usar firmas ni sellos de caucho como exlibris, y utilizar desde el principio exlibris impresos en papel verjurado y pegados con engrudo en la contratapa.
  22. Nada más adquirir un ejemplar hay que ficharlo  y documentarlo de la forma más completa posible.
  23. Hay que subirse al carro de la informática e Internet.
  24. Debe contratarse un seguro que cubra las eventualidades de robo, incendios y otros riesgos.
  25. No hay que ser avaro de los propios tesoros. Hay que darlos a conocer en publicaciones especializadas. Y si un investigador necesita consultar alguna pieza, hay que permitírselo con las debidas precauciones.
  26. Nunca se presta un libro, así como nunca se pide prestado, para evitar tener que devolverlo.
  27. A los amigos se les incluye en el anterior apartado.
  28. Los catálogos antiguos de librerías anticuarias, ferias y subastas resultan útiles para calibrar la rareza de un ejemplar, comparar precios, estudiar su evolución, etc.
  29. Hay que adoptar las medidas oportunas para que, tras la propia muerte, los libros vayan a parar a buenas manos. Los ejemplares únicos deberían pasar a la Biblioteca Nacional, y el resto a una institución seria y sólida o a bibliófilos sentimentales, sensibles y sensitivos.

 

 

OTRAS QUINCE INDICACIONES MEXICANAS DEL SIGLO XVIII

 

A fines del siglo XVIII, en los Catálogos de la Biblioteca Turriana de la Catedral de México, se encuentran, manuscritas, estas indicaciones para el manejo de los libros:

I. No lo tengas por esclavo, pues es libre. Por lo tanto, no lo señales con ninguna marca.

II. No lo hieras ni de corte ni de punta. No es un enemigo.

III. Abstente de trazar rayas en cualquier dirección. Ni por dentro ni por fuera.

IV. No pliegues ni dobles las hojas. Ni dejes que se arruguen.

V. Guárdate de garabatear en las márgenes.

VI. Retira la tinta a más de una milla. Prefiere morir a mancharse.

VII. No intercales sino hojas de limpio papiro.

VIII. No se lo prestes a otros...

IX. Aleja de él los ratones, la polilla, las moscas y los ladronzuelos.

X. Apártalo del agua, del aceite, del fuego, del moho y de toda suciedad.

XI. Usa, no abuses de él.

XII. Te es lícito leerlo y hacer los extractos que quieras...

XIII. Una vez leído no lo retengas indefinidamente.

XIV. Devuélvelo como lo recibiste, sin maltratarlo ni menoscabo alguno.

XV. Quien obrare así, aunque sea desconocido, estará en el álbum de los amigos. Quien obrare de otra manera, será borrado.

 

Este extraordinario documento refleja, además de una intención persuasiva presentada con agudo humor, la mentalidad iluminista de la época, que valora el libro en forma entusiasta.

 

 

CRITERIOS DE EVALUACIÓN DE LOS LIBROS RAROS

 

La rareza

El número de ejemplares conocidos de una edición y el precio de un libro están en proporción directa. El grado de rareza de un libro se mide normalmente acudiendo a los repertorios bibliográficos oportunos: Gallardo, Salvá, Heredia, Palau, el National Union Catalogue, etc. Sin embargo, no todos los tipos de libros raros están controlados bibliográficamente en la misma medida: conocemos mucho mejor los libros del siglo XV y los impresos en ciudades como Alcalá de Henares que, por ejemplo, los porcones o las bulas del siglo XVII.

Nos referimos aquí a la rareza comercial o de mercado, la cual no siempre coincide con la bibliográfica: un libro puede hallarse en las principales bibliotecas, pero hacer mucho tiempo que no está en el mercado, por lo que es comercialmente muy raro. Por otra parte, el hecho de que las bibliotecas importantes carezcan de algún ejemplar hace que este se cotice más, pues se supone que dichas bibliotecas desearán adquirirlo.

Además, no todos los libros se rarifican igual: los hay que nacen ya raros por sus cortas tiradas o por sus temas; otros se hacen raros con el tiempo, o porque su carácter popular no favorece su conservación.

 

La antigüedad

Salvo excepciones, la rareza de un libro tiene mucho que ver con su antigüedad, pues cuantos más años tiene un ejemplar, más riesgos de destrucción o mutilación ha sufrido.

Los incunables continúan siendo muy apreciados (pues cada vez hay menos en poder de particulares), a pesar de que muchos de ellos no son raros bibliográficamente (si comercialmente) y pocos tienen interés por su tema o contenido. El precio de los más corrientes (por ejemplo, los venecianos sin ilustrar) se mide en miles de euros (año 2002), y en decenas de miles si poseen grabados, están impresos en España o son muy raros. Tiene especial aprecio los incunables de Maguncia, los que presentan xilografías, los literarios, los impresos en lenguas vulgares, los de contenido médico, matemático, astronómico, técnico, de ciencias naturales y, sobre todo, los impresos en América.

 

El interés del tema y del contenido

Las obras religiosas suelen ser más baratas que las profanas, pues son más numerosas. Dentro de las religiosas, los sermones son los de menor interés. Interesan mucho más los libros de temas profanos, y sobre todo de temas que se haya escrito poco o que, por alguna razón interese a muchos aficionados, como el de América.

Se cotizan mucho los libros publicados en lenguas indígenas del Nuevo Mundo, y resulta increíble que en 1899 la Biblia de 42 líneas se pudiera comprar por 2500 francos franceses, y el único ejemplar conocido (en castellano) de la Carta de Colón anunciando el descubrimiento de América fuera ofrecido por el librero parisino Maissonneuve por 65000 francos.

 

La fama del autor, la obra, el prologuista, los aprobantes…

Alcanzan altas cotizaciones los manuscritos y las ediciones antiguas de obras literarias, en especial si son de nuestros grandes autores de los siglos XV al XVII, como Jorge Manrique, el marqués de Santillana, Juan de Mena, La Celestina, los libros de caballería, Garcilaso, el Lazarillo, Cervantes, Lope, Góngora, Quevedo, Calderón…

Las obras de autores de segunda fila adquieren prestigio (y se cotizan más) si llevan prólogo, poesías laudatorias, aprobaciones, etc., de algún autor de fama.

 

La belleza

A la belleza de un libro contribuyen varios factores como la calidad del soporte (papel o pergamino), el diseño, la tipografía, los grabados, etc.

Hay determinadas letrerías muy bien diseñadas, romanas, cursivas y góticas, que aumentan la belleza del libro. También es decisivo en el precio de un ejemplar la presencia, número y calidad de las ilustraciones. Estas pueden ser xilográficas, calcográficas o realizadas con otras técnicas, limitarse a la portada o al frontis, extenderse a las capitales o repartirse por todo el libro. Además pueden ser toscas o finas, anónimas o firmadas por artistas de fama.

Aparte de los grabados y mapas a toda plana o de menor tamaño, confieren belleza a un ejemplar las capitulares, las orlas, bandas, cabeceras, remates o culs-de-lamp, etc.

 

El estado del ejemplar

Otro importante criterio de valoración es la condición del ejemplar: que esté completo, incluso de sus hojas blancas, limpio (sin manchas de humedad, tinta, cera, etc.) y con papel sin tostar ni moteado, sin raspaduras ni pérdidas, no afectado por la polilla (especialmente el texto), sin subrayados ni anotaciones (salvo que sean de un personaje importante), con amplios márgenes, encuadernación en buen estado (y aser posible de época)…

Con los libros sucede como con el resto de objetos de arte: los ejemplares perfectos son los únicos que alcanzan elevadas cotizaciones.  Cualquier falta, deterioro, imperfección o restauración (sobre todo no profesional) bajará el precio de manera muy sensible, hasta quedar en una cantidad ridícula (o no encontrar comprador) si tiene varios y graves defectos.

 

La procedencia

Resulta fundamental en las obras de arte, y es garantía de su autenticidad, aparte de conferirles un valor especial. En el caso de los libros, suelen ser los exlibris o superlibros los que atestiguan la pertenencia en el pasado a personajes ilustres (mejor si son bibliófilos): Fernando Colón, el marqués de Moya, el de Morante, Heber, Salvá, Heredia, Pérez Gómez, etc.

 

Otros factores

En la valoración cuentan otras muchas características que los hacen apetecibles para determinados coleccionistas, entre las que podemos enumerar:

- el soporte

- las filigranas

- la disposición del texto

- el formato

- el idioma

- el lugar de impresión

- los subrayados o apostillas

 

 

Sin embargo, no hay una fórmula mágica para decidir cifras concretas. Para ello, siempre hay que conocer la evolución del mercado, lo cual requiere mucha documentación y experiencia. Habrá que empezar por Palau y, sie el libro es muy raro, por Vindel, aunque no se pueden traducir esas cifras a euros de hoy. Más actuales, y por lo tanto más fiables, son los precios de Ollero-Bardón, cuyo esfuerzo es muy meritorio, aunque tiene limitaciones: por ejemplo, se basa solo en parte de los catálogos entre 1988 y 1995, prescinde de los libros posteriores a 1850, y no tiene en cuenta los remates de las subastas.

Con las nuevas tecnologías de información, por fin podemos disponer en el ámbito hispano de instrumentos en la línea de los Argus y similares de Francia y los países anglosajones: ya ha aparecido en libro y CD-ROM Anubi, Anuario Bibliográfico 2.000, con más de 60.000 referencias de libros ofertados por libreros y casas de subastas de toda España a lo largo de un año con sus precios.

 

 

CONSERVACIÓN Y RESTAURACIÓN

 

Lo mejor es mantener  antes que tener que restaurar.

Las condiciones de conservación de libros y documentos es muy parecida a la de cualquier otro objeto de arte:

 

- Controlar la temperatura (lo ideal: 16-18 ºC), evitando sobre todo los cambios bruscos.

- Mantener la humedad en torno al 50%, cuidando sobre todo que no se produzcan variaciones bruscas.

- Limitar la iluminación, evitando siempre la luz directa del sol y de los halógenos.

- Adoptar elementales medidas de seguridad: evitar en lo posible la madera (que atrae a los xilófagos, además de arder con facilidad) y proteger los documentos en cajas con pH neutro.

- Cuidar mucho la higiene: ventilar la habitación, limpiar el polvo de los libros, lavarse las manos antes y después de manipularlos…

 

La mayoría de obras de arte, y también los libros, a lo largo del tiempo han sufrido todo tipo de intervenciones o restauraciones, y no siempre para bien: la mayoría han sido reencuadernados una o varias veces (perdiendo cada vez unos  milímetros de margen), a veces se han desmembrado, o por el contrario se han formado volúmenes facticios con impresos de pocas hojas, se les ha remendado con mayor o menos habilidad, se les ha rehecho a mano la portada, el trozo de hoja o el colofón que alguien les había arrancado, se les han tintado o dorado los cortes, se les han ido añadiendo exlibris manuscritos, a menudo tachando los anteriores…

Las restauraciones deben ser las menos posibles, profesionales, reversibles y respetuosas con el original. Si no es totalmente necesario, lo mejor es no hacer nada, pues toda intervención entraña un riesgo para el volumen. Hay además mucho restaurador aficionado que restaura lo que luego hay que desrestaurar, si es que tiene arreglo.

La restauración y la encuadernación son operaciones muy relacionadas y que suele realizar el mismo artesano. Muchas veces hay que empezar por la restauración de desgarros, agujeros, pérdidas de soporte y grafía, manchas, acidez, etc. Por ejemplo, Cecilia Mazzarella, de Arezzo, hace unos excelentes injertos y reintegra magistralmente difíciles grafías; Mariano Caballero, en Huete, cose según el arte y restaura a conciencia, y Ángel Camacho es capaz de restaurar hábilmente cualquier cosa, aparte de dorar y gofrar como un maestro.

Al encuadernar, lo primero que hay que tener en cuenta es el alzado, la ordenación de los pliegos, láminas, mapas, etc., del ejemplar. Luego vendrá el cosido, que debe ser sólido y que permita abrir el libro y leerlo cómodamente. La encuadernación tiene que proteger al libro y permitir su lectura cómoda; si además lo embellece, mejor, pero hay que anteponer la seguridad y la funcionalidad a la estética.

Respecto a lavar los libros antiguos antes de encuadernarlos, solo debe hacerse cuando sea estrictamente necesario, pues un volumen antiguo debe poder exhibir con orgullo sus heridas de guerra.

Además, hay que encuadernar no solo por fuera (belleza de las pieles, gofrados, dorados, mosaicos, cortes, guardas…), sino también por dentro (buen alzado, cosido…).

 

 

 

 

     

    Actualizado el 25/11/2009          Eres el visitante número                ¡En serio! Eres el número         

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